
Nacido en Alemania en 1922, Ralph
Baer emigró a Estados Unidos con su familia, en 1938, huyendo del régimen nazi.
Trabajó primero en una fábrica de kits de manicura. A los 17 años inventó una
máquina que le permitía confeccionar hasta seis al mismo tiempo. Mientras
tanto, empezó a estudiar electrónica por correspondencia y en dos años recibió
un diploma de “reparador de radios”. Una especialidad que, durante la Segunda
Guerra mundial le permitió ser destinado a los servicios de Inteligencia.
Terminada la guerra, trabajó para
el Pentágono en una compañía de electrónica, Sanders and Associates, especializada
en el desarrollo de sistema antisubmarinos y antiradares. Uno de sus jefes le
prestó los 2.500 dólares que necesitaba para crear dos controladores analógicos
para jugar. El propio Baer recordaba en 2010 que, al cabo de 15 minutos, todos
los presentes en la planta de la compañía establecían una especie de lista para
apuntarse al juego”. Tras varios prototipos, en 1972 –“el año cero de los
vídeojuegos”- la empresa Magnavox sacó al mercado la consola Odyssey de la que,
en el primer año, se vendieron 130.000 ejemplares. Hasta 1975, año en que fue
reemplazada por otras más sencillas, las Odyssey 100 y 200, se vendieron más de
340.000 modelos.
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la primera Odyssey |
En los años siguientes, Ralph Baer
trabajó en diferentes proyectos y prototipos, entre otros el de la pistola
óptica para disparar sobre la pantalla (Nintendo la ofrecía con su primera
consola, la NES), o el juego electrónico Simon, para ejercitar la memoria de
los niños. En 2006 recibió la condecoración estadounidense National Medal of
Technology, por el conjunto de una brillante carrera en la que pudo registrar
hasta 150 patentes con su nombre.
Según el Instituto Gartner de
investigación tecnológica, los juegos de vídeo constituyen una industria que
factura hoy setenta y siete mil millones de euros a escala mundial.
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