Amanece
el 8 de enero de 2015 con las banderas a media asta en toda Francia. Es el día
de después, jornada de luto nacional por los doce asesinados en el atentado
contra el semanario Charlie Hebdo.
Los
periodistas franceses llevan luto y un bolígrafo en la manga de sus abrigos,
los ciudadanos siguen citándose en las redes sociales para las siguientes
manifestaciones de indignación y la policía busca denodadamente, parece que con
especial interés en el norte del país, a los hermanos Chérif y Said Kouachi, de
32 y 34 años, de origen argelino y nacidos en París, ya conocidos por su
integración en ese Islam fundamentalista que busca, en mezquitas y círculos
comunitarios, mártires para enviarles a Irak y Siria; uno de ellos fue detenido
en 2005, cuando se disponía a viajar a Damasco, y fue juzgado en 2008 como
perteneciente a “la red iraquí del distrito 19 de París”. El tercero, al
volante del coche en que huyeron, sería un tal Hamyd M., nacido en 1996 y cuya
nacionalidad se desconoce.
Dos
jóvenes, los autores de la matanza, sin duda entrenados y ejecutando un plan
concienzudamente elaborado cuando a media mañana del día 7 llegaron ocultos
tras el pasamontañas habitual a la redacción de la revista, obligaron a la
dibujante Coco a marcar el código que abre la puerta del edificio e irrumpieron
en el consejo de redacción del día vaciando sus kalachnikov sobre los
periodistas y caricaturistas reunidos, y algunos otros periodistas y
trabajadores que andaban por allí.
Resultado:
doce muertos, incluido el policía al que mataron en plena calle en una huida
tan planificada y letal como el ataque, entre los que se encuentran cinco de
los mejores humoristas de una (en realidad dos) generación de defensores de la
libertad de expresión: Wolinski, Cabu, Tignous, el
director Charb (con protección policial desde 2011, uno de sus
guardaespaldas también ha muerto) y el economista Bernard Maris, durante
muchos años el “oncle Bernard” (tío Bernard) que firmaba una columna. Entre los
heridos, que han sido muchos (física y psicológicamente) se encuentra también
un periodista del diario Libération, Philippe Lançon, con un disparo en
la mandíbula.
Y
esto ocurre el mismo día que el escritor Michel Houllebecq
(probablemente el más conocido mundialmente de los novelistas franceses
actuales) presenta su libro Soumission, una “eficaz y molesta” sátira
política que imagina la llegada de un musulmán moderado a la presidencia
francesa dentro de nada, en 2022, “apoyado por los partidos tradicionales,
derecha clásica, centro y partido socialista, para impedir que se haga con el
poder la extrema derecha”, y en el que se interroga acerca del papel de las
religiones en las sociedades occidentales (donde, por cierto y en el caso
concreto de la francesa, las estadísticas registran un aumento no solo del
islamismo fundamentalista, sino también del catolicismo integrista).
Según
ha contado la caricaturista Coco, de la plantilla de Charlie Hebdo, al
diario comunista L’Humanité, “había ido a buscar a su hija a la
guardería y al llegar a la puerta del inmueble se encontró con dos hombres,
enmascarados y armados, que le amenazaron brutalmente y le obligaron a teclear
el código de entrada… Después dispararon sobre Wolinski, Cabu y los demás. Todo
duró como cinco minutos. Yo me había refugiado bajo una mesa. Hablaban
perfectamente francés y se reivindicaban de Al Qaeda…”. Eso mismo fue lo que
dijeron los asesinos a un vecino, con el que se cruzaron en su huida: “Decid
que ha sido en nombre de Al Qaeda en Yemen”.
Antes
que Coco, otra dibujante de la publicación, Catherine Meurisse, quien
llegaba tarde al consejo de redacción, había declarado al diario Courrier de
l’Ouest que se encontró con “dos hombres enmascarados que huían por la
calle”. Y otro vecino del inmueble de al lado, el productor audiovisual Yves
Cresson, ha relatado en su cuenta de Twitter que sobre las 11,25 los dos
asaltantes “se equivocaron de dirección” y entraron en su local del número 8 de
la rue Nicolas Appert (la publicación está en el número 10) “buscando Charlie
Hebdo… se marcharon después de hacer dos disparos”.
Cabu
(Jean Cabut), de 76 años, y Georges Wolinski, de 80, amigos desde
siempre, trabajaban en el emblemático semanario Hara Kiri, ancestro de Charlie
Hebdo, cuando se fundó en 1970; dos publicaciones “que dinamitaron los años
tranquilos de De Gaulle y Pompidou”. Con algunos fallecidos anteriormente, como
Cavanna, Reiser, Gébé y el profesor Choron, a quienes Wolinski llamaba sus
“hermanos”, se reivindicaban “tontos y malos”, pero sobre todo eran grandes
sentimentales, guasones y “feministas prematuros”. Eran los decanos y padres
espirituales de todos los humoristas gráficos actuales.
Stéphane
Charbonnier, Charb, de 47 años, dirigía la publicación desde 2009. Tras el
atentado que sufrió la publicación, un incendio en 2011 que arrasó los locales
vacíos por la noche, Charb se presentó ante las cámaras de todo el mundo con un
ejemplar de la revista –que llevaba en portada una caricatura de Mahoma y la
cabecera alterada, Charia Hebdo- y dijo teniendo de fondo el desastre de una
redacción devastada por el fuego: “Quizá resulte pomposo, pero prefiero morir
de pie a vivir de rodillas”. Acostumbraba a repetir “No tenemos la impresión de
estar degollando a nadie con un rotulador”.
Bernard
Verlhac, más conocido por su pseudónimo de Tignous, también tenía 47
años y Bernard Maris, de 68, director adjunto hasta 2008, pertenecía a
la publicación desde el relanzamiento en 1992, había sido del consejo
científico de Attac y era miembro del consejo general del Banco de
Francia desde 2011, autor de varios libros sobre economía y tres novelas.
Nacido
en Túnez en 1934, Wolinski llegó a Francia en 1945, se hizo un nombre como
dibujante y llegó a Hara-Kiri en 1960 de la mano de otro histórico, François
Cavanna (fallecido el 29 de enero de 2014). En mayo del 68 fundó, juntó con
Siné, el periódico L’Enragé (El rabioso), fue redactor jefe de Charlie
Hebdo entre 1970 y 1981 y participó también en la salida de la segunda
etapa de la revista. Colaboraba igualmente en Le Journal du Dimanche, Le
Nouvel Observateur (ahora L’Obs) y L’Humanité. “Erotómano
reivindicado, provocador nato, pesimista patentado y cínico asumido, hombre de
múltiples facetas e innumerables contradicciones – ha escrito Frédéric Potet en
Le Monde- cuando se le preguntaba como esperaba la muerte, Georges Wolinski
siempre respondía con la misma broma: “Quiero que me incineren. Le he dicho a
Maryse (su mujer), tirarás mis cenizas al retrete, así podré ver tus nalgas
todos los días”. Hoy, su hija ha colgado en Twitter una foto de la mesa de
trabajo de Woliski, vacía, con la leyenda “Papá se ha ido, no lo ha hecho
voluntariamente”.
“Georges
Wolinski acababa de cumplir 80 años, había sobrevivido a todo. Al comunismo, al
maoísmo, a las mujeres, a los años 70… pero no ha sobrevivido al terrorismo”
(Romain Brethes, Le Point). Su temor principal era que Cabu muriera antes que
él y le dejara solo. La locura asesina se los ha llevado juntos, en una de las
salas de esa redacción que ambos amaban tanto.
Cabu
publicó sus primeras ilustraciones en L’Union de Reims, en los años 1950.
Movilizado durante la guerra de Argelia, encontró en el ejército una fuente de
inspiración un tanto irreverente. Aparte de Hara-Kiri, colaboró en los
años 60 en Pilote, donde creó sus dos personajes de referencia: Grand
Duduche y Beauf. Desde 1990 colaboraba también en el semanario
satírico Le Canard Echaîné.
Charb
tuvo una primera experiencia profesional en medios publicitarios y en 1992
participó en la refundación de Charlie Hebdo. Bernard Verlhac, más
conocido como Tignous, publicaba también sus trabajos en el semanario
socialista Marianne y en Fluide Glacial y había colaborado en Le
Nouvel Observateur, Figaro Magazine y Le Monde.
En
noviembre de 2011, un artefacto incendiario destrozó los locales del semanario.
Lo mismo que en esta ocasión, el atentado se produjo en vísperas de la salida
de un número con una caricatura de Mahoma. Entonces, como ahora, el director
Charb era el autor del dibujo premonitorio, que decía en la última página. “El
Islam es compatible con el humor”. Nada menos cierto, a juzgar por el
repugnante suceso que se los ha llevado.
![]() |
Charb después del atentado de 2011 |
Para
quienes hemos seguido las peripecias y los hallazgos editoriales de la
publicación más irreverente y brillante durante décadas, el grito que lanzaban
ayer los asesinos mientras corrían por la calle para alcanzar el automóvil que
les esperaba en marcha –“Hemos matado a Charlie Hebdo”- era mucho más que rabia
e indignación, algo sin palabras como una puñalada en la boca de la estómago.
Porque cuando matan a un trabajador de un periódico –en Irak, en Afganistán, en
Somalia, en la redacciones barcelonesas de El Papus y el Jueves, o en pleno
centro de París a las once de la mañana- algo se desgarra en nuestro interior,
algo que es de toda la sociedad muere con ellos: le libertad de información y
expresión que, contra la creencia generalizada, no es patrimonio de los
periodistas sino de la colectividad en su conjunto.
La
sociedad francesa, tan republicana y defensora de las libertades fundamentales
como amante de los gestos, se lanzó en la tarde del 7 de enero a las calles al
grito de “Je suis Charlie”, slogan repetido y exhibido –blanco sobre negro- en
carteles, pegatinas, pancartas y ayuntamientos, del País Vasco a la Alsacia y de
el Pas de Calais a los Alpes, en concentraciones multitudinarias (en la capital
más de 150.000 personas) en sus respectivas plazas de la República. Como un eco
que traslada el nombre de Charlie Hebdo por encima de las fronteras, en Berlín,
Londres, Moscú, Nueva York o Madrid, periodistas y ciudadanos de buena voluntad
se dieron cita a través de Internet para gritar su solidaridad ante la puerta
de embajadas y otras instituciones franceses. El conductor de un tren de largo
recorrido cambió anoche el nombre de su locomotora por el de “Je suis Charlie”.
Ayer,
hoy y ya para siempre, todos somos Charlie, víctimas de un fundamentalismo que
se ha atizado desde este occidente que hoy lo condena y que está iniciando por
su cuenta una guerra -¿la tercera mundial?-, como en la noche del 7 de enero
aseguraba en i-Télé el ensayista y antiguo ministro de Justicia de Mitterrand,
Robert Badinter: “Los terroristas nos están tendiendo una trampa política.
Matando a esos defensores de la libertad esperan que la rabia y la indignación
provoque hostilidad hacia todos los musulmanes y aumente la diferencia entre
ellos y el resto de ciudadanos. Atizar el odio entre los franceses es suscitar
la violencia intercomunitaria mediante el crimen, más allá de la pulsión de
muerte que arrastra a estos fanáticos que matan invocando el nombre de Dios.
Rechacemos lo que será su victoria y guardémonos de amalgamas injustas y
pasiones fratricidas”.
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