
Por más que callen
por más vueltas que de el mundo
por más que nieguen los acontecimientos
por más represión que el Estado instaure;
por más que se laven la cara con la
democracia burguesa;
por más huelgas de hambre que callen;
por más que tengan saturadas las cárceles;
por más pactos que desarrollen con los controladores
de clase;
por más guerras y represión que impongan;
por más que intenten negar la historia y la
memoria de nuestra clase;
Más alto diremos:
asesinos de pueblos
miseria de hambre y libertad
negociadores de vidas ajenas
más alto que nunca, en grito o en silencio,
recordaremos vuestros asesinatos
de gentes, vidas, pueblos y naturaleza.
De labio en labio, paso a paso, poco a poco.
(Salvador Puig Antich)
Era
el 2 de marzo de 1974 y eran las 9:40 de la mañana. La dictadura franquista
estaba en sus últimos estertores y se despedía lo mismo que se había mantenido
durante más de cuarenta años: dejando tras de sí un reguero de sangre, venganza
y lágrimas. Ahora se han cumplido cuarenta años del día en que el régimen
dictatorial español ejecutaba a “garrote vil”, en una celda de la cárcel Modelo
de Barcelona y tras una interminable agonía de veinte minutos, a Salvador Puig
Antich, militante del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL). Tenía 26 años.
“Su
muerte fue una venganza”, dijo en 2013 su hermana Mercona a las puertas del
consulado argentino en Madrid, donde declaró por videoconferencia ante la juez
María Servini de Cubría en la querella por genocidio de las víctimas del
franquismo en España. Ya en democracia, la familia intentó reabrir el caso
varias veces, apeló al Tribunal Supremo y recurrió ante el Constitucional:
“Siempre ha sido negativa tras negativa. Esperamos que esta vez sea la
definitiva”. Para la familia Puig Antich, que se haga justicia sería "que
los implicados paguen y que se reconozca mundialmente que no fue como dijeron;
que en el juicio no admitieron las pruebas y que el gobierno, que ha pasado
página tapándolo todo, lo reconozca y pida perdón”.
Estudiaba
y trabajaba
Salvador
Puig Antich (Barcelona 1948), condenado como autor de la muerte de un guardia
civil, era el tercero de los seis hijos de una familia trabajadora. Su, padre,
Joaquim Puig, fue militante de Acció Catalana durante la Segunda República,
después de la guerra civil estuvo exiliado en Francia, en el campo de
refugiados de Argelés y a su regreso fue condenado a muerte e indultado en el
último momento.
Expulsado
del colegio religioso de La Salle Bonanova, a partir de los 16 años Salvador
Puig Antich compaginó un trabajo de oficina con los estudios nocturnos en el
Instituto Maragall donde conoció a Xavier Garriga y los hermanos Solé Sugranyes
(Oriol e Ignasi), todos ellos futuros compañeros del MIL. Los episodios del
mayo francés de 1968 fueron
decisivos para que Puig Antich decidiera implicarse en la lucha contra la
dictadura franquista. Su primera militancia fue en Comisiones Obreras, formando
parte de la Comisión de Estudiantes del Instituto Maragall. Pronto evolucionó
hacia posiciones anarquistas de rechazo de cualquier tipo de dirigismo y
jerarquía dentro de las organizaciones políticas y sindicales. Tras iniciar
estudios en la facultad de Ciencias Económicas, hizo el servicio militar en
Ibiza, donde estuvo destinado en la enfermería del cuartel. Una vez licenciado
se incorporó al MIL, integrándose en la rama armada. Participó, normalmente
haciendo de chófer, en las acciones del grupo que solían consistir en atracos a
bancos cuyo botín se destinaba a las publicaciones clandestinas del grupo, y a
ayudar a huelguistas y a obreros detenidos.
Puig
Antich y sus compañeros viajaban a menudo al sur de Francia dónde se
relacionaron con viejos militantes cenetistas. En agosto de 1973 celebraron en Francia el congreso
de autodisolución del MIL. Al mes siguiente, tras el atraco a una oficina de la
Caixa, empezó una fuerte
ofensiva policial contra ellos. Primero cayeron Oriol Solé Sugranyes y Josep
Lluís Pons Llobet, y, a continuación Santi Soler, detenido, interrogado,
torturado y utilizado de señuelo por la policía de paisano para detener a
Xavier Garriga y Salvador Puig Antich. La operación, minuciosamente preparada
se llevó a cabo el 25 de septiembre de 1973
en Barcelona. Una vez detenidos, en el portal del número 70 de la calle Girona
tuvo lugar un tiroteo a consecuencia del cual Puig Antich quedó malherido y
resultó muerto el joven guardia civil Francisco Anguas Barragán.
Puig
Antich fue encarcelado, acusado de ser el autor de los disparos que causaron la
muerte a Anguas Barragán y
posteriormente juzgado en consejo de guerra y condenado a muerte por un régimen
con sed de venganza. El proceso del MIL tuvo lugar los días 7 y 8 de enero de
1974. La sentencia se sabía de antemano. Las presiones de la extrema derecha se
intensificaron tras el atentado de ETA, en diciembre de 1973, que acabó con la
vida del almirante Carrero Blanco, sucesor designado de Franco. Hacía falta un
castigo ejemplar porque la policía amenazaba con manifestarse en Madrid si no
se ejecutaba a Puig Antich. Torturados en la cárcel, los inculpados llegaron a
la sala del juicio, entre insultos de los policías presentes, con señales de
quemaduras en el rostro. Salvador Puig Antich fue condenado a muerte, José Luis
Pons Llobet a 30 años y su amiga Maria-Augustias Mateos Fernandez, estudiante
de bachillerato de 17 años, a 5 de cárcel.
Nada era seguro
“Todavía hoy es un misterio cómo se desarrolló ese
tiroteo, quiénes dispararon y cuántas veces, así como el número de impactos que
recibió Anguas. Y de qué pistolas procedían en realidad, pues parece claro que
no fue Puig Antich el único en disparar sobre el subinspector (…) ¿fueron
realmente los disparos de Puig Antich los que alcanzaron al policía? Ya en 1974
resultó imposible realizar el análisis balístico: de todos los casquillos de
bala del tiroteo, sólo llegaron a manos de los jueces los dos extraídos a Puig
Antich; el caso es que no pareció importarles porque desestimaron las pruebas
de balística y la reconstrucción de hechos que pedía la defensa. (Y también,
por cierto, una pericial psiquiátrica que estableciera hasta qué punto Puig
Antich era responsable de sus actos en el momento de disparar debido a los
golpes que estaba recibiendo en la cabeza (…) Capítulo aparte merece la
autopsia de Anguas —sin refrendo, como hemos visto, de casquillo alguno durante
el juicio—, que podría confirmar o desmentir estas hipótesis. Y es que la
autopsia constituirá un episodio más en la trampa que se urdió en torno a
Salvador para condenarle, y poco puede ayudar a clarificar el desarrollo del
tiroteo. Cuando Anguas, ya cadáver, ingresa en Urgencias del Hospital Clínico,
es examinado por tres ATS y por los médicos Ramón Barjau, Pedro Munné y Joaquín
Latorre. Pese a la petición de la defensa, ninguno de ellos fue llamado a
declarar durante el proceso sobre lo que vieron en el cuerpo del policía.
Seguramente por eso, por lo que vieron, el cuerpo fue hurtado a los
procedimientos habituales. Hasta el punto de que no quedó depositado en el
Instituto Forense, donde debía naturalmente practicarse la autopsia, sino
desviado a la Comisaría de la Universidad de Barcelona. Y, en efecto, en una
comisaría de policía, y además a manos de un médico adscrito al cuerpo y no de
un forense, se practicaría una autopsia cuyo dictamen entraba en franca
contradicción con lo que habían visto los facultativos y sanitarios del
Clínico”. (Mateo Rello, “Puig Antich en el laberinto”, Solidaridad Obrera,
2006).
En marzo de 2009, en la sección Cartas al director
del diario El País, se publicó un texto titulado “Irresponsabilidad e
inexactitud”, fechado en Valencia y firmado por Raúl M. Riebenbauer: “Todavía
estoy perplejo, desde que he leído el reportaje Puig Antich disparó. En
él se afirma, como si de una revelación se tratara, que Salvador Puig Antich
disparó su arma contra los policías que trataban de detenerle. ¿Eso es noticia?
Debería saber el periodista que firma el artículo (Ignacio Cembrero) que ni
Puig Antich, ni ninguno de los abogados que le defendieron en la época, ni
tampoco los que solicitaron recientemente la revisión del caso que supuso su
ejecución, ninguno de ellos, digo, negó que hubiera disparado. Eso sí, lo hizo
después de recibir en la cabeza siete u ocho golpes con la culata de una
pistola por parte de un agente. Lo que la familia de Puig Antich ha sostenido
siempre, como sus abogados y él mismo, es que la bala o balas que acabaron con
la vida de un policía pudieron haber salido del arma de otros agentes (…) No se
trata de glorificar la figura de Puig Antich, sino de saber si, incluso con la
espantosa legislación de una terrible dictadura, debía ser ejecutado. Es obvio
que no”.
A pesar de las protestas llegadas de todo el mundo
(manifestaciones, mítines, incluso atentados contra intereses españoles), a
pesar de la debilidad de los argumentos, a pesar de haberse saltado la
legislación española juzgándole en un tribunal militar (ya que la víctima era
guardia civil y no militar), el franquismo asesinó a Salvador Puig Antich el 2
de marzo de 1974, con una tortura digna de la Inquisición (*). Para apuntalar
la creencia de que se trataba de un peligroso delincuente común, el mismo día
ejecutaron también al alemán Georg Welzel como "la torna" (el complemento)
de Salvador, con la falsa identidad de Heinz Chez, emigrante apátrida polaco y
cómico ambulante, otras tantas mentiras del régimen franquista, acusado también
de matar a un guardiacivil en circunstancias que nunca se aclararon
MIL, grupo anarquista anticapitalista
El
MIL, movimiento implantado en Cataluña de tendencia antileninista y nacido en
los años 1960, fue el producto de la conjugación de tres ideologías inspiradas
por las teorías anarquistas, el consejismo y el situacionismo. Tras romper con
las organizaciones anarquistas clásicas, opuestas entonces a la acción
violenta, en 1970 tuvo una destacada participación en la huelga de la fábrica
Harry-Walker que duró 62 días. En marzo de 1971, un panfleto que llamaba a
boicotear las elecciones sindicales, apareció firmado “1000”. La sigla, que
carecía de importancia para los miembros del grupo, fue en cambio reveladora
para la policía y la prensa de la época, que encontraron en ella la significación
de las tres letras de MIL.
Uno
de los objetivos del grupo era la publicación de textos teóricos, difíciles de
encontrar entonces en España. Como para ello se necesitaba dinero, el MIL
decidió pasar a la acción y practicar “la expropiación”. Entre julio de 1972 y
septiembre de 1973 reivindicó una docena de atracos a bancos, con botines
importantes superiores al millón de pesetas, lo que permitió crear la editorial
“Mayo 37” que publicó textos del anarquista italiano Camilo Berneri (asesinado
por los estalinistas en mayo de 1937), “Los Consejos obreros” de Anton
Pannekoek, “El Dossier San Adrian del Besos” (resumen de un duro conflicto en
la localidad en abril de 1973, en el que “a una simple reclamación obrera el
franquismo respondía con el plomo mortífero” de la guardia civil que ametralló
una manifestación de dos mil obreros en la puerta de la central térmica de Sant
Adrià de Besòs matando al militante del PSUC Manuel Fernández, “Indignación y
conformismo”, revista Frente Libertario nº 31), “De la miseria en el medio
estudiantil” (folleto situacionista)… También editaron la revista CIA (Conspiración
Internacional Anarquista), de la que únicamente publicaron dos números.
Según
explicaba en 2006 Mateo Rello en la publicación anarquista Solidaridad Obrera,
el MIL “en rigor, no fue tanto antifranquista como anticapitalista; de vocación
consejista, los militos rechazaban, de hecho, cualquier forma de
vanguardia política o sindical y orientaron su lucha al apoyo del movimiento
obrero, en cuya autonomía creían por encima de todo. Dicho esto, resulta
difícil transigir con visiones del MIL que lo presentan como lo que no era, ni
quería ser; más aún, como aquello contra lo que, en realidad, combatía. Y con
este agravante: buena parte de la “izquierda” que hoy coquetea con la herencia
del grupo repudió en su día a Puig Antich por terrorista, y lo dejó
desamparado…”
(*) En
una página en catalán he encontrado el siguiente testimonio. “A partir de 1900,
cuando las ejecuciones dejaron de ser públicas, la ley exigía que las
autoridades prepararan un lugar adecuado de la cárcel, abierto para que
pudieran asistir familiares, abogados y capellanes como mínimo. El condenado
tenía derecho a capilla si lo deseaba, para recogerse y estar en calma, y el
director debía evitar alborotos y ruidos y no llevarlo a cabo en día festivo,
así como facilitar las visitas de familiares al condenado en las últimas 12
horas, y un sacerdote si lo deseaba. El condenado debía estar acompañado por militares
y funcionarios en traje de gala y la ceremonia debía cumplirse con el máximo
respeto y seriedad. La familia tenía derecho a asistir a la ejecución y recibir
el cadáver, y si lo solicitaba velarlo y enterrarlo (…)”. No fue así en el caso
de Puig Antich. La ejecución se hizo en una sala de mala muerte donde no cabían
los militares, policías y carceleros. Una sala de ajetreos y guardar paquetes.
Se prohibió que asistieran la familia, el abogado y el capellán, dejándole solo
en manos de sus asesinos (...) El teniente coronel Nemesio Alvárez, juez de
instrucción en el proceso, impidió que muriera en la calma y el respeto que
merece cualquiera, sobre todo quien pierde la vida, al cometer el delito de
ceder el cuerpo de Puig Antich a la brigada político-social de la policía
franquista, que lo quería para atormentarlo, torturarle y amargarle los últimos
minutos de vida (…) El director de la cárcel no tuvo valor para explicarle como
le iban a ejecutar, cuando le visitó para preguntarle por su última voluntad
(…) Los militares solo dejaron que los hermanos vieran el cadáver durante dos
minutos (…) Después, lo enterraron los propios militares (…) El médico revisó
dos veces el cuerpo de Puig Antich, que seguía con vida (…) A las 9,40
certificó su muerte (…) Al salir, el teniente coronel Nemesio Alvárez dijo: "Una muerte así no se la deseo a nadie.
Esto es la leche, chico, esto es la leche. Qué quieres que haga".
(**)
Sobre el tema de Puig Antich y el MIL, los lectores pueden consultar en la
edición digital de la publicación anarquista Solidaridad Obrera
(www.soliobrera.org) el excelente trabajo de Carles Sanz, MIL:
revolucionarios anticapitalistas (“Cuaderno de pensamiento”, nº 3).
(***) En
Youtube hay varios vídeos con testimonios sobre la muerte de Puig Antich y con
fragmentos de la película “Salvador” y el reportaje documental “Les ultimes
hores”, producido en 2006 por TV3 para el programa “30 minuts”, dirigido por
Frances Escribano con intervenciones de Manuel Vázquez Montalbán (periodista),
Santi Solé Amigó, Ignasi Sole Sugranyes (ex-miembros del MIL), Oriol Arau i
Marc Palmes (abogados de Puig) entre otros...
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