En las carteleras desde el primer día del año 2014, Emperador
y El único superviviente nos hablan de dos guerras en tiempos y circunstancias
muy diferentes, aunque ambas tratadas más como espectáculo que como respeto a
la historia. La primera se refiere a unos episodios, novelados del final de la
segunda guerra mundial cuando, tras la rendición de Japón, los mandos del
ejército de Estados Unidos cavilaban acerca del destino que debía tener el
emperador del Imperio del Sol Naciente; la segunda, de ahora mismo, cuenta un
suceso real –más o menos adornado también- de la nunca acabada guerra de
Afganistán y la valentía –el heroísmo o el martirio, según se mire- de un
pequeño comando de “operaciones especiales” de marines.
Emperador, dirigida por Teper Webber (La joven de la perla) y
protagonizada por Tommy Lee Jones (Hombres de negro, Lincoln) y Matthew Fox (En
el punto de mira), está basada en la novela His Majesty’s Salvation de Shiro
Okamoto, lo que significa que tiene una escasa carga de realidad, que cuenta lo
que pasaba en el Japón ocupado por las tropas estadounidenses, justo después de
la barbarie de las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
En 1945, tras la capitulación japonesa y mientras intenta
recuperar a su amor de juventud en un país devastado, el general Bonner Fellers
(del equipo de MacArthur) tiene que decidir si hay que juzgar y condenar por
crímenes de guerra al emperador Hirohito. Lo que significa condenar a la nación
entera a un futuro de caos e inseguridad. No es desvelar ningún secreto
decir que el Emperador –para sus súbditos muchos más que un monarca, la
encarnación del Sol y Dios- siguió gobernando hasta su muerte, ocurrida en
1989.
A pesar de un argumento en principio tan atractivo, ni
asistimos a lo que debió ser la más que austera vida en palacio en aquellos
días peligrosos e imprevisibles, a cuestas con el estricto código de honor
japonés que conocemos por otras novelas y filmes, ni los guionistas consiguen
atraparnos con una historia que acaba siendo poco más que una clásica historia
romántica de recuerdos y nostalgias que solapan completamente otros
acontecimientos.
Drama histórico, por tanto, con más fantasía que respeto por
los hechos, lo que –y a pesar del esmerado trabajo de los actores- imposibilita
que se consiga el objetivo inicial de combinar un análisis político del final
de la Segunda Gran Guerra con la melodramática historia de un amor de juventud
y una asignatura pendiente.
En
cuanto a El único superviviente, si me pidieran encontrar una sola palabra que
resuma las más de dos horas que dura la tragedia de esos cuatro soldados
estadounidenses “dejados caer” literalmente en tierras afganas, diría sin
dudar: sangre. Sangre que mana sin cesar de unos cuerpos maltrechos,
aplastados, destrozados, agujereados por las balas y las repetidas caídas, que
no terminan de morir.
Dirigida
por el estadounidense Peter Berg (Handcock, Very bad things) y con un reparto encabezado
por Mark Wahlberg y coprotagonizada por Taylor Kitsch (Salvajes, X-men
orígenes: Lobezno), Emile Hirsch, Ben Foster y Eric Bana (Troya), y estrenada
en Francia con el título Sangre y lágrimas (lo que, mira por donde, me da en
parte la razón), está basada en los hechos descritos por el ex marine Marcus
Luttrell en el best-seller Lone Survivor, donde relata la odisea vivida por el
comando del que formaba parte, parachutado en una remota región de Afganistán
con el encargo de acabar con la vida de un peligroso líder talibán.

La
intención de la película es no solo contar aquellos hechos, tal y como los
recuerda su protagonista, único superviviente del comando, sino también hacer
propaganda de la guerra y en particular de una guerra cuyos motivos todavía
permanecen embrollados doce años después de iniciarse, justificar la presencia
de las tropas estadounidenses en el país, establecer una neta distinción entre
“buenos” (los soldados y los afganos que les apoyan) y “malos” (totum revolotum
de talibanes, religiosos, guerrilleros y la alargada sombra de Al-Qaeda
planeando sobre el relato), y cantar loas a la camaradería masculina y
guerrera. Ni una sola mujer en toda la película, “festival de testosterona” en
acertada definición de un crítico francés.
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